Declarar una emergencia climática desencadenaría poderes adicionales, como prohibir las exportaciones de petróleo y acelerar aún más la construcción de energía renovable en una escala no vista desde la movilización para la Segunda Guerra Mundial. Enviaría una señal inequívoca a los inversores que aún viven en el pasado, a las universidades que han tardado vergonzosamente en desinvertir, a los medios de comunicación que no han podido conectar los puntos, a todas las instituciones peligrosamente rezagadas de nuestra sociedad.
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