En 1992, Miguel Boyer y su esposa, la socialité Isabel Preysler, adquirieron en Madrid una fastuosa mansión cuyos trece cuartos de baño la hicieron adquirir un célebre mote malicioso: Villa Meona. Ríos de tinta corrieron sobre aquel meódromo del que a nadie se le escapaba el simbolismo de que lo habitara un exministro socialista. Expresión arquitectónica del fabuloso medro social que el felipismo había procurado a los suyos
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