Así, sin paños calientes: la peste de Almería. Porque es peste lo que flota allí, en ese punto fatídico de la rambla de Las Almadrabillas. Como cuando éramos escolares y en la clase alguien se pegaba un pedo y olía fatal. "Que yo no he sido", jurábamos todos al maestro. Pero alguien era -siempre era alguien- quizá el maestro. En Las Almadrabillas pasa lo mismo: alguien debe de ser. Después de lustros aguantando ese estercolero, ese olor fétido junto a la ballena, el Cable Inglés -el olor llega a veces hasta el Gran Hotel- alguien debe ser.
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