Los provincianos no soportamos su arrogancia, su Atocha y su Chamartín en obras perpetuas, una chatarra que funciona a su ritmo y su manera, su manía de no entender que fuera de la M-30 también hay vida. ¿Cómo no detestarlos, si se creen superiores por vivir en una urbe de cemento y bocatas de calamares mal fritos? ¿Calamares del mar de Madrid? Y bien, Madrid no es una ciudad, es una imposición, una dolencia del alma, una maldición que nos obliga a mirarla siempre como un Dios menor al que todos deben rendir pleitesía....
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