Ramón, fichado por una empresa minera australiana cuyo único negocio conocido es la especulación en la bolsa de Sidney, comenzó a cazar adeptos después de tener cautivos a muchos empresarios. A partir de ahí comenzó una nueva aventura: la de comprar voluntades, empezando por los “medios de comunicación”, por prensa y radio, mediante anuncios bien pagados, pertrechado tras un estratégico grupo de periodistas con experiencia en los despachos del gobierno regional (de cuando Monago)
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