La política, como el porno y el genocidio, no es oficio para gente discreta. Uno tiene que tener el arrojo suficiente para subirse a un escenario y ponerse a soltar frases a veces inteligentes, generalmente estúpidas. Enfrente, mirándolo a uno, una manada de seres humanos armados con banderines de plástico, la dantesca contribución de la mercadotecnia a la ya de por sí lamentable historia de las banderas.
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