Francisco Gómez Manzanares nunca se llamó David, nunca fue sargento del Salvamento Marítimo y nunca sintió nada por todas las mujeres a las que enamoró y estafó hasta tres millones de euros: de hecho, las despreciaba, como un seductor misógino, porque pensaba que las hembras eran seres pérfidos que no merecían su compasión. Acumuló más de cincuenta denuncias y engañó a lo largo y ancho de toda la geografía española, como recoge ahora el premio Ortega y Gasset de periodismo Guillem Sánchez en El estafador (Península).
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