Alex caminaba rumbo a casa de una amiga cuando lo rodearon cinco chavales que apenas rebasaban los 20 años. Le preguntaron quién era y qué hacía allí. Álex les explicó –lo intentó– que antes era vecino de aquella colonia. Dijo que se había mudado y que ahora estaba visitando a una amiga. No le creyeron. Pensaban que Álex pertenecía a una pandilla vecina y que estaba allí espiando, rastreando información. Entonces le plantearon lo de la bala y Álex asumió que iba a morir como lo asumen decenas de personas cada día en San Pedro Sula.
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