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Fue en medio de la noche cuando una llamada telefónica sacó a Nokubonga de la cama. La joven al otro lado de la línea estaba solo a 500 metros de su casa. Le dijo que tres hombres que todos en la comunidad conocían bien estaban violando a su hija, Siphokazi. Lo primero que hizo Nokubonga fue llamar a la policía, pero nadie le contestó. La madre sabía que los agentes tardarían en llegar hasta su pueblo en medio de las colinas de la provincia Cabo Oriental, en Sudáfrica, así que ella era la única persona que podía ayudar a Siphokazi.
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