La polémica desatada por Los versos satánicos lleva al límite la controversia sobre la libertad de expresión y el inexistente derecho a ofenderse. Sin necesidad de redes sociales, a Rushdie lo lincharon virtualmente muchedumbres de fanáticos antes de que un clérigo irascible pusiera precio a su cabeza. Miles, quizá millones de injuriados que ni siquiera habían leído el libro, porque, como bien dijo el propio Rushdie, hace falta mucho esfuerzo para leer 600 páginas y luego ofenderse.
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