"¿Por qué quiere usted resucitar a una muerta?", fue la respuesta que llegó desde Moià. Martínez Sagi, a los 90 años, se había resignado al anonimato. O, más que eso, al olvido. Porque alguien que ha sido célebre en algún momento ya no vuelve a ser anónimo, por más que desaparezca de las conversaciones o dejen de citarle en el periódico. Más bien se esfuma de la memoria. Y eso es con lo que se encontró ella cuando regresó a casa del largo exilio al que la condenó la conclusión de la Guerra Civil; la habían borrado del mapa.
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