Pablo González lleva dos años y tres meses entre rejas en una cárcel polaca a la espera de juicio y de que se presenten pruebas contra él. En todo este tiempo, se le ha mantenido en un estado de semincomunicación. Tan solo ha podido relacionarse con el exterior a través de cartas que son controladas por el personal de la prisión y de las visitas puntuales de sus abogados, el cónsul español y algunas muy concretas de familiares cercanos.
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