No hay que tener miedo a proponer un proceso destituyente, constituyente y reconstituyente que impida el proceso restituyente que las élites han puesto en marcha justo cuando estaban más debilitadas. Curiosamente, este proceso debe aprovechar tanto la inercia como las fuerzas del procès que pueden convertirse en aliadas, una vez agotada la vía unilateral del procesismo.
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