Cuando uno imagina el retrato robot de un inspector de Sanidad, piensa en un señor de mediana edad que nunca sonríe. Un gruñón que acude por sorpresa a los bares o restaurantes con ganas de poder cerrar el local con cualquier excusa. Sin embargo, la realidad de los inspectores de sanidad, dista mucho de todos esos falsos mitos y se parece, en demasiadas ocasiones, a una película de terror.
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