Pablo Vergara se toca la nariz y sonríe nervioso. Presume del resultado de un cirujano de Barcelona que le ha reconstruido su tabique nasal con precisión de relojero. “Un problema menos”, concede este antiguo responsable de exportación de un gigante conservero tailandés. Tras desprenderse de su última secuela física, Vergara no puede despojarse de las pesadillas que encadena desde hace más de dos años. Sueña en blanco y negro con cárceles y puñetazos. El origen de estos fantasmas hay que buscarlo en un viaje a la isla de Bali. (Incluye video).
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