Planteadas desde el prisma individual (las personas con mejor posición social se lo merecen porque han trabajado para ello durante toda su vida), nos hacen menos proclives a apoyar políticas redistributivas (como mayores impuestos a la riqueza). Se trata de un sesgo psicológico que otros estudios han ilustrado este año. Nos resulta más fácil asociar valores negativos a un grupo abstracto que a un individuo con una cara y un nombre.
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