El ritmo de vida que nos llevó hasta marzo de 2020 era un esprint sin meta. El único objetivo era alcanzar más velocidad. Y más. Y más. Imperaba la cultura de la inmediatez, la mensajería a calzón quitado, la satisfacción instantánea, el tiempo real. Hasta había que ver las series del tirón: qué delirio es ese de esperar ¡u n a s e m a n a! para ver otro capítulo. El anuncio del estado de alarma, el pasado sábado 13 de marzo, fue un frenazo en seco. En el transporte, en el trabajo, en la economía… Pero, sobre todo, en la velocidad.
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