En junio de 2015 el mundo conoció a Rachel Dolezal. Ella era profesora de estudios africanos, una activista de los derechos afroamericanos en una ciudad de Washington, presidenta de un importante club de Personas de Color, y, a pesar de su prominente maquillaje y sus casillas marcadas en los censos locales, más blanca que la leche. Llevaba una década haciéndose pasar por mujer negra hasta que sus padres destaparon su realidad étnica en televisión.
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