Alemania e Italia tienen un problema. Firmas de lujo como Ferrari, Lamborghini o Porsche producen muchas más unidades de este límite y sus productos están estrechamente ligados con los sentimientos románticos que produce un gran motor de combustión. Propulsores que, de hecho, ya han tenido que verse limitados por las continuas normativas (cada vez más estrictas) anticontaminación.
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