En 1984 Argentina vivía el renacer de la democracia con extrema cautela. Los militares aun gozaban de libertad y cierta impunidad. Una fría noche, el genocida Luciano Benjamín Menéndez salió de los estudios de televisión y se encontró con un grupo de manifestantes que le expresó su repudio. Sacó un puñal de su abrigo dispuesto a acallar aquellas voces. Dos acompañantes de Menéndez impidieron el ataque y un fotógrafo inmortalizó la imagen que enmudeció a los argentinos horas después. Esa foto constataba que los argentinos seguían en peligro.
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