Las profundidades del mar de Cádiz son un tesoro. Un reino oculto que igual permite que vivan como reinas las mojarritas que incita a buceadores amantes de la arqueología –sin título pero con varios masters en picaresca– a adentrarse en sus dominios a la caza de riquezas. Riquezas prohibidas, claro, pecios hundidos durante siglos, piezas de un valor incalculable que deben estar en museos para el disfrute de toda la sociedad y no de unos pocos privilegiados.
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