Una de las cualidades que debían poseer los sultanes otomanos era el silencio. Se consideraba altamente indecoroso que un sultán hablase demasiado, ni siquiera con sus sirvientes, visires y eunucos. Muchos no pudieron soportarlo y enfermaron de afecciones psicológicas. Para que los sultanes pudieran hablar con sus sirvientes se inventó la Lengua de Señas Otomana, también llamada Lengua del Serrallo. Parece que el impulsor de la idea fue Osman II, que reinó entre 1618 y 1622, llegando a tener más de 100 sordomudos a su servicio.
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