A mediados de 1936, un turista alemán entraba tranquilamente en una tienda del País Vasco francés para comprar unos souvenirs. Tras pedir ayuda, el dependiente apareció con varios recuerdos que llevaban incluidos la esvástica que tanto odiaba, casi idéntica a la que Hitler había impuesto en su país como símbolo del poder nazi. Según cuenta Philippe Aranart en «La cruz vasca», el enfado que se cogió aquel socialdemócrata convencido, y crítico con el Tercer Reich , por «semejante hitlerización de Francia y Euskadi en general» fue monumental.
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