La mujer de Tlailotlacan tenía la cabeza ahuevada, un signo de distinción y belleza de la época, que se lograba mediante una comprensión muy extrema de los lóbulos frontal y occipital, una deformación craneal que era típica del sur de Mesoamérica, según el antropólogo físico Jorge Archer Velasco. Las incrustaciones de pirita en los incisivos centrales superiores se hicieron con la ayuda de un taladro u otro instrumento semejante, una técnica que se ha documentado en los asentamientos mayas de Petén y Belice.
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