La ley los perseguía, los moralistas los condenaban, muchos los consideraban un síntoma de decadencia; sin embargo, los juegos de azar despertaban auténtica pasión entre los romanos de todas las clases, que en sus casas o en el equivalente de nuestros casinos no dudaban en derrochar auténticas fortunas haciendo apuestas a los dados. Así lo decía Juvenal: "¿Cuándo los juegos de azar agitaron más los ánimos? Pues no se acude ya a la mesa de juego con una simple bolsa: se apuesta con el arca al lado.
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