La experiencia polar ofrece una ocasión única para poner a prueba no sólo los límites físicos del ser humano, sino también su capacidad de afrontar numerosos desafíos emocionales e interpersonales, en un entorno caracterizado por ser a la vez extremo y majestuoso. Los expedicionarios polares y los trabajadores de las estaciones científicas de la Antártida se exponen a efectos adversos que van desde la depresión, el insomnio, o la ansiedad, a distintos síndromes asociados con alteraciones neurobiológicas derivadas del frío y la falta de luz.
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