Un verano me bañé en una piscina pública de Kabul. Hacía calor, mucho calor, y los kabulíes –ellos, ellas no– refrescaban sus cuerpos en la piscina donde los talibanes, cuando controlaban la capital afgana, lanzaban a las mujeres acusadas de adulterio (ellas, a ellos no). Desde el trampolín. Con la piscina vacía de agua.Todo se hace sobre algo. En el agua de una piscina de Kabul o en el mar color turquesa de Menorca. Hace dos días, como cada 9 de julio, la isla recordó su genocidio.
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