Las mujeres respetables no salían a cenar fuera de casa ni comían nunca en presencia de otros hombres, excepto su marido. Incluso en las celebraciones familiares, ellas y ellos comían por separado. Es frecuente ver en los relieves funerarios escenas en las que el hombre está reclinado en el diván y la mujer, sentada en una silla, le ofrece la comida. Una comida que, tanto en los hogares como en las fiestas familiares, era para todos, incluidos los esclavos. Aunque estos y las mujeres, casi invisibles, comían las sobras al final.
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