Más preocupada por lo que pudiera pensar su padre de que estuviera sentada ante un juez llena de morados que por la paliza que le acababa de dar su marido. María, gitana, no concebía las preguntas que le estaban haciendo sobre algo que consideraba tan íntimo. No tenía ninguna intención de que lo que su pareja le hizo, o le hacía, trascendiera ni a la Justicia ni, mucho menos, al resto de su familia. Eran cosas que sucedían en casa y allí debían quedarse. Quería seguir viviendo los golpes en silencio, como el resto de mujeres de su colectivo.
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