La siesta del carnero tiene algo de pasión, muerte y resurrección. Tiene pasión porque hay sufrimiento para no caer. Uno sabe que no debe dormirse a ciertas horas, pero la humanidad es débil y acaba por ceder en un viacrucis onírico. Hay una parte de muerte porque en la siesta del carnero se cae como en una sima. La desconexión con la realidad es absoluta. Y se da, por supuesto, una resurrección, porque, después de esta siesta, el animalillo que llevamos dentro sabe que toca comer y agita el rabo con satisfacción.
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