Respira profundamente, cuenta hasta diez y aprovecha este momento para mascullar mentalmente ‘donde esté el ibérico que se quite cualquier cosa’. Ahora expira y deja que el exorcismo gastronómico haga efecto para comprobar que hay vida más allá de nuestras fronteras. Ni necesariamente mejor ni necesariamente peor, pero una vida distinta que cuando habla de jamones, embutidos y chacinas tiene un fiel reflejo en la vecina Italia, donde el respeto por el cerdo y sus productos también se traslada hasta los andares.
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