Si os hablo de la existencia de un templo subterráneo, abierto sobre un precipicio sobre el mar, al que se desciende por un estrecho camino de poco más de medio metro de anchura sobre un peligroso acantilado de veinte o treinta metros de altura sobre un mar del norte, seguro que ya te remueves en el asiento. Y se te digo que ese templo subterráneo tenía una fuente sagrada que se desprendía también sobre el precipicio, y que los orígenes de ese antiguo templo se pierden en la noche de los tiempos, pensaríais que estaría hablando de un paisaje...
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