De haber caído en este tiempo José Capilla merecería hagiografías a pares, le llamarían emprendedor y su empresa sería una startup con un logo fresquito y una web tela de responsive. De haber sido un hombre de ahora el local donde ponía a prueba sus límites, en la calle Sagunto 37 de Valencia, sería un garaje venerado y lo sacarían en foto en la Forbes. Hoy en cambio en esa ubicación hay una carnicería-charcutería-pollería y no queda ni rastro de unos pequeños prototipos muy sexys que intentaron ser los coches de la España gris de los 50.
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