“(…) Mi hermano el más chico de cuatro meses todavía respiraba cuando lo recogimos del suelo con la cabeza destrozada por el impacto del falangista que lo jincó contra la pared, nos miraba con los ojos muy abiertos y sin llorar, aunque tuviera aquella grieta abierta en el cráneo. Tu abuela lo envolvió en una manta y salió corriendo con él en brazos de Tamaraceite a Guanarteme a la casa del médico don Ramón Gutiérrez por si se podía hacer algo. Iba dejando un reguero de sangre detrás, tu tía Rosa se quedó con el resto de hermanos que estábamos
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