Ha estallado una nueva guerra de religión, a las que tan aficionado es este país: se pasó siete siglos luchando contra los mahometanos en la península, después combatió a los reformadores de la Iglesia en el centro de Europa, más tarde intervino en Italia para defender el reino regido por el obispo de Roma, y por fin la sublevación de los militares fascistas en 1936 fue calificada como una cruzada religiosa, bendecida por los obispos trabucaires que se retrataban junto a los exgenerales rebeldes brazo en alto.