Hiroshi Ueda es un auténtico visionario. En la década de los años 80 del siglo pasado este ingeniero japonés trabajaba en Minolta y era un incondicional de la fotografía química y el vídeo, pero, al igual que tantos otros fotógrafos de la época, tenía un problema: estaba harto de que las instantáneas y los vídeos del grupo familiar que solía tomar durante sus vacaciones quedasen arruinados porque algún transeúnte se cruzaba entre ellos y su cámara justo durante la exposición o la grabación.
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