La última vez que recogiste al niño del colegio llegaste un poco más fatigado de lo normal. Pero ni los achaques de siempre ni la tos que arrastrabas desde hacía varios días te impidieron disfrutar de aquella tarde en el parque, dándole de merendar al sol entre subidas al tobogán y empujones al columpio. Ese jueves también hubo cromos... aunque no se comió todo el bocadillo. Y es que la amenaza del abuelo siempre cae en saco roto, como debe ser.
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