Fueron las revistas de Interviú que había por su casa las que sembraron la semilla de su enfermedad. Entonces todavía era un niño, pero ya había aflorado en él la curiosidad por el cuerpo desnudo de la mujer. Con la adolescencia, él mismo empezó a comprarlas, hasta que años más tarde tuvo la posibilidad de alquilar películas porno de los videoclubs. La llegada de internet le abrió todas las puertas: “Una revista se acaba, pero en internet no hay ningún límite. Podía pasarme 12 horas seguidas viendo porno. Tomó el control de mi vida.
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