La prótesis que prometía devolverle la movilidad --el Rolls Royce de los implantes, decían de ella los cirujanos porque alcanzaba los 20 años de vida útil, el doble que sus competidoras-- era defectuosa de fábrica. Terminó destrozándole el fémur y la cadera de la parte derecha, además de envenenar su sangre y provocarle una terrible infección.
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