A juzgar por los casos que expone en su texto Kirshenbaum, la funcionalidad del “amigo pagado” es semejante a la del animador cultural: no se trata tanto de pagar a alguien para consolarnos en nuestra intimidad puesto que no tenemos quien nos haga caso y, por lo tanto, nos vemos obligados a contratar al falso amigo para cubrir dicho necesidad, sino que este ha de exhibirse en público. Como explica, “muchos hombres adinerados no tienen tiempo para amigos de verdad. Sus viejos amigos están resentidos o te piden dinero (...)
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