Ante todo, El atlas de las nubes es una novela armoniosa. Si hubiese que emplear una metáfora para representar su lectura, esta sería la de una matrioska que se abre al lector con cierta delicadeza, pero alumbrando una heredera rebelde que lucha por escapar de su herencia materna. Todos y cada uno de los capítulos del libro, caprichosos cada uno a su manera, bromean con el lector rechazando explícitamente las formas y los tiempos de sus predecesores, pero parecen, al mismo tiempo, su consecuencia más lógica. La obra de Mitchell es tanto un ejercicio de estilo como el intento por contar una historia.
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