Supongamos que Japón no existiese. Que fuera un territorio legendario como la Atlántida o las islas de San Borondón, que aparecen representadas en mapas antiguos y de las que cuentan maravillas viajeros que nunca estuvieron allí. Nos relatan sus mitos, su cultura, sus costumbres, y luego artistas crean un mundo propio a partir de esas formas prestadas, no de un original, sino de la imaginación colectiva. La belleza delicada y la crueldad, el aprendizaje y la autodisciplina de las artes marciales, la sabiduría silenciosa, el zen y los cerezos, el haiku y el harakiri, son algunos de esos temas que construyen la idea occidental de lo japonés, tras los cuales desaparece cualquier posible cotidianidad, porque cómo va a haber cotidianidad en un territorio mítico.