Le pregunto si en Los Ángeles hay unas olimpíadas de discapacitadas o una convención de tullidas o qué. “No, mire”, me dice, “es por el Día de la Madre”. “¿Y eso?”, le pregunto. “Bueno, los hijos mandan por ellas y les recomiendan que se declaren inválidas, para que las ayuden a salir en carritos y las hagan pasar por filas preferenciales”. La boca se me abre y se me olvida cerrarla.
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