Ayer se anunciaba a bombo y platillo que el Banco Santander iba a tener un gran gesto de magnanimidad con sus siervos de la gleba clientes en apuros: ofrecerles un período de carencia de tres años si están en paro o andan jodidos de pasta. Según lo dijeron en el telediario, mi mujer me preguntó “Huy, ¿y eso por qué?” con cierta desconfianza. En efecto, desconfianza es lo que hay que sentir ante esta operación que para mí tiene cuatro objetivos muy claros —y ninguno de ellos es hacerle la vida más fácil al esclavo cliente—
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