En Los jueves, milagro parodia los negocios alrededor de las presuntas apariciones marianas que asolarían la Península en los 50 y 60. En Todos a la cárcel se burla de la corrupción y la miseria del mundo del espectáculo retratando los manejos miserables de la gente guapa en el marco, directamente, de una prisión a la que han ido a hacerse la foto. Y en París-Tombuctú, a su manera su película más salvaje y sin cortapisas, retrata que la vida –tampoco la sexual– no se acaba con la jubilación o la vejez.
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