Cuatro años de estudio (y también algo de frustración) han tenido su fruto: llega tu graduación y te entregan el preciado diploma de Licenciado en Periodismo. Tu madre te mira emocionada y orgullosa y tu padre te da una palmada en la espalda y te dice con tono grave: “¡Bien hecho, hijo, sabíamos que lo conseguirías! Has alcanzado tu sueño”. Piensas que ahora debe venir lo mejor, después de clases aburridas, materias prescindibles, temarios inflados y profesores que no han pisado la calle con una grabadora y una libreta prácticamente en su vida.
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