Como toda buena corte que se precie, la omeya de la Córdoba del siglo X era un hervidero de sabrosos rumores. Por ejemplo, el eunuco de palacio Talal que servía en el 'alcázar', justo enfrente de la majestuosa mezquita, relataba lo siguiente. Un buen día, el todavía emir Abd al-Rahman III quiso pasar la noche con su esposa Fátima, la mujer de más alto rango de su harén, prima suya y omeya como él. El resto de las concubinas felicitaron a Fátima por la buena nueva y una de ellas enfatizó especialmente sus parabienes.
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