Los puedes secar completamente, prenderles fuego, disolverlos en alcohol, privarles de oxígeno, dispararles con luz ultravioleta, hervir a 105°C o enfriarles a temperaturas cercanas al cero absoluto: el punto en el que los átomos dejan de moverse. También pueden sobrevivir extremos de pH que disolverían la carne humana, en agua que tiene un 50% de sal, o un baño de insecticidas. Ellos son felices en el vacío del espacio o en las aplastantes presiones encontradas a 6.000 metros (20.000 pies) en el océano.
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