Los pueblos tienen formas de vivir y, también, de morir. Basta con darse una vuelta por sus cementerios. El de Arlington es muy revelador del alma americana, siempre orgullosa de su patriotismo y sus héroes. Los nombres de los 300.000 caídos, huérfanos de historias, aturden al visitante. Pero sus lápidas están pulcramente alineadas entre praderas de césped cortado al milímetro, a la sombra de árboles centenarios y con unas vistas nada despreciables. La muerte también puede ser confortable. Es el american way of death.
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