El próximo 14 de septiembre se cumplirá un año desde que Nvidia, el gigante de los circuitos integrados y unidades de procesamiento gráfico, anunciase a bombo y platillo que compraba ARM. Esta desconocida multinacional con pasaporte británico, un actor clave en el negocio de los procesadores para móviles, servidores y también para ordenadores, era hasta ese momento propiedad de Softbank, una empresa de telecomunicaciones nipona convertida, gracias a su ansia inversora, en una de las manos que mece la industria tecnológica.
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